Racionalismo y arquitectura herreriana

24 de diciembre de 2020

Escrito por José Luis Barceló, antiguo alumno, periodista y escritor

La línea recta no es producto de la naturaleza, por mucho que nos afanemos en buscarla en la cristalografía del cuarzo, en los cristales del hielo, o en la propagación de los rayos cósmicos. Si algo quedó meridianamente claro tras la publicación de la teoría de la relatividad de Albert Einstein, es que el espacio es continuo y curvo, y todo lo que observamos con nuestros sentidos y lo que existe en el Universo, no es más que la ondulación del espacio. O eso nos parece de momento.

Por tanto, es espacio y todo lo contenido en el Universo, tiende es más a lo curvo que a lo plano o lo recto, tiende a la curvatura y la línea recta no existe más que en la mente humana, como las coordenadas de un mapa.

Buena parte de las creaciones que pueblan el Universo son curvas, pese a lo que percibimos en la cristalización de los minerales: las especies animales y vegetales que pueblan nuestro planeta están repletas de formas sinuosas que evocan los organismos vivos.

Es por tanto que la línea recta es un invento humano, propio del cerebro desarrollado de nuestra especie, que nos ayuda a interpretar el mundo, a medirlo y a ajustarlo a nuestras necesidades y aspiraciones. A comprenderlo y resumirlo.

Siempre tuve una inclinación por el dibujo a lápiz y tinta, siendo que, finalmente, acabé siendo dibujante tanto en la empresa editorial de periódicos de mi padre como incluso en la prestación del Servicio Militar, que realicé voluntario en la agrupación Obrera y Topográfica del Ejército, encargada de la elevación de mapas y planos a partir de minutas tomadas en el campo. Cuando yo tomé puesto de dibujante en aquel Servicio Geográfico del Ejército que realizaba todos los mapas militares para el Ejército, considerados los mejores de España junto a los editados por el Instituto Geográfico Nacional, ya llevaba yo un importante bagaje como dibujante, a pesar de mi juventud.

No terminé mis días ganándome la vida como dibujante, aunque esa hubiera sido mi deseo. Disfrutaba dibujando y aún lo hago. No pintando, sino dibujando, e incluso proyectando y planeando proyectos.

Vivir los años del bachillerato en el Real Colegio Alfonso XII me permitió acercarme a una nueva dimensión del dibujo de la mano del Padre Gallende y entender mejor lo que supone la línea recta para el dibujo.

Levantar en perspectiva isométrica o caballera las fachadas del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, donde se mantiene una de las más prestigiosas y antiguas instituciones españolas, nuestro querido el Real Colegio Alfonso XII, fue un ejercicio de mejora constante que me hizo reflexionar, y aún hoy lo hace, acerca de la línea recta.

Parece como si los arquitectos del Monasterio y Palacio quisieran, por efecto de las propias líneas rectas del trazo magistral del edificio, huir de los cánones arquitectónicos que imperan en la época y colocar al edifico en una racionalidad moderna que se adelantó con mucho a las propuestas de René Descartes y nos acercaba al empirismo.

Es tal la simplificación de la línea recta en El Escorial que nos coloca ante una tesitura difícil para el humano, algo semejante a lo que ocurre cuando se contempla el purismo de las pirámides de Egipto, cargadas del mismo fluir cartesiano que reduce al hombre al polvo cósmico.

Tras pasear durante años por la lonja, pasillos y estancias del Palacio y Colegio, del Monasterio y Cripta, de la Basílica y Biblioteca, uno se percata de las limitaciones humanas: el edificio, la piedra y el granito soportan mejor el paso del tiempo que el hombre. Esto es una obviedad. Habremos pasado por este aquellas piedras miles, qué digo, decenas de miles de hombres y mujeres, mientras el edificio continúa siendo el mismo, impasible ante la oscuridad del tiempo y los avatares de la historia de España.

Cuando un dibujante traza una perspectiva, de una calle o de un grupo de edificios, debe establecer unas líneas de fuga que a mí, como aprendiz de dibujante, el edificio siempre me pareció que llevaba ya escritas. Es como si todo el edificio se concibiera como un enorme conjunto de líneas de fuga hacia el Universo, sin fin, rectas y perfectas.

Mi amigo, ya difunto, el gran arquitecto Fernando Chueca Goitia, dejó abundantes estudios sobre las trazas del edificio, que debe sus primeras trazas a Juan Bautista de Toledo.

Sorprendentemente, la única pieza o elemento curvo que contiene el edificio es el cierre de la Basílica, rematada por una gigantesca cúpula, y que cube lo más sagrado del edificio, la Basílica y, bajo ella, la cripta con el panteón de todos los reyes de España desde Carlos V. Todos menos Fernando VI, que se encuentra sepultado en la madrileña Iglesia de Santa Bárbara.

El primer arquitecto, que realizó las trazas generales, fue Juan Bautista de Toledo, quien entregó en 1562 al rey la “Traza Universal” del proyecto. Falleció en 1567 sin ver terminada su colosal obra, aunque dejó terminados el Patio de los Evangelistas y algunos claustros menores del Monasterio. Hoy hay unanimidad en cuanto a que la autoría en la realización y finalización de los trabajos se debieron a sus ayudantes Juan de Herrera y Juan Gómez de Mora, que siguieron las propuestas del ingeniero militar Francesco Paciotto, italiano al servicio de la corona que murió en 1599 en el ataque al Fuerte de Voorden. El concepto lineal de Paciotto provenía de las necesidades constructivas de los fuertes defensivos de la época. Parece que a él se debe el diseño y construcción de numerosos fuertes de la época, incluyendo el de la ciudadela de Turín.

Juan Rafael de la Cuadra Blanco, en su trabajo “El proyecto perdido de la basílica del Escorial de Juan Bautista de Toledo” incide en que no se conservan las trazas que hizo Paciotto pero si documentos que envió al rey Felipe II llamando la atención sobre lo inadecuado de las trazas de Juan Bautista de Toledo, al que critica ferozmente.

Es probable que la inspiración final del edificio de El Escorial sea mixta, aunque parece que se debe a Paciotto, con su concepto cuadrandular y rectilíneo de corte militar que huía de los conceptos vigentes aun en la época renacentista, buena parte de esta responsabilidad. Especialmente al carácter pétreo y anguloso del edificio, que tiene también una fuerte inspiración militar.

Cada vez que paseo por El Escorial continúo intentando descifrar la clave de todas esas líneas rectas tan bien ordenadas que conforman la totalidad del edificio con una armonía tal, que parece que nos quieren hablar del orden y del equilibro del Universo pero en lenguaje humano. Aún persisto en intentar descifrar sus secretos.

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